lunes, 19 de agosto de 2013

Y la vida continúa...

En esta entrada voy a escribir una experiencia de la que vengo hace escasos minutos, referida a primer contrato profesional, que es en una residencia de ancianos asistida. En la siguiente volveré a la historia de Lorenzo.

Eran las 4:30 de la tarde, y mi móvil vibró. Tras desbloquearlo, vi el mensaje de la chica que estaba de tarde, que dictaba " Ya".

Me vestí a toda prisa, mientras llamaba a la residencia. 

piiiip.... piiiiiip......piiiiip......piiiiip....-sonaba el teléfono-

-¿Dígame?- Decía la voz de una de las auxiliares, entrecortada, mientras sorbía su nariz-

-"Soy Manu, el enfermero. ¿Ya ha pasado?"

-"Hola Manu. Sí, hemos estado con ella hasta el último momento"

-"Voy para allá".

No me puse ni las lentes. 

Cogí el coche, que más que eso parecía un horno, y volé hasta la entrada del edificio, donde casualmente había aparcamiento.

Me bajé, llamé, y al entrar les dije a las auxiliares que sentía que hubiesen pasado aquel mal rato. Me comentaron que la familia estaba ya arriba.

Subí en el ascensor, y encontré una imagen que quedará siempre grabada en lo más profundo de mi alma.

Una de mis residentes, de edad muy avanzada, en la cama, con la tez blanca como el nácar, con toques amarillos, que desataba sentimientos de fragilidad, de debilidad, arrugadita como una pasa, pero a la vez te hacía sentir ternura y lástima hacia ella. Hacía ya media hora del fatídico momento en el que su corazón había decidido no esforzarse más. Ya había trabajado suficiente.
Y, en sillas cercanas, su hijo, un hombre simpático (aunque serio) y que siempre había demostrado gran entereza ante la situación de últimos días de vida que sufría su progenitora, con un pañuelo, los ojos rojos y dolor en su ceño fruncido y suspiros,y su nieta, médica, con esos enormes y preciosos ojos  brillantes, tratando de evitar el desbordamiento de las lágrimas.

Les di mi pésame, y algunas palabras de apoyo.

Todo había ocurrido muy rápido.

Hacía cinco días, esta señora a la que va dedicado el post estaba bastante bien.

Yo seguía con mi trabajo, cuidar de 22 residentes como único sanitario del centro, que no es moco de pavo.

La señora tenía dos pequeñas úlceras cada una en un glúteo, que tras varios tratamientos para su cicatrización, estaba terminando de ceder ante la colagenasa, más conocida como iruxol, que ayuda en la restauración del tejido afecto sin destruir el sano.

La verdad es que me sacaba una sonrisa casi todos los días.

Una de las anécdotas que podría contar de ella era cuando empezaba con una retahíla sin sentido ( al menos para mi) en la que se llevaba varios minutos sin parar de decirla una y otra y otra vez más, casi siempre refiriéndose a sus figuras paternas. Y eso que no había tenido una vida fácil, ya que, además de quedarse viuda con cuarenta y muchos años, había sacado adelante a sus hermanos, ya que era huérfana desde una temprana edad.

Otra de las cosas que me sorprendían de ella, que desprendían ternura debido a su avanzada edad y, por supuesto, el arte que debía haber tenido en sus años pasados, era cuando le preguntabas "¿Cómo estas?" y dependiendo del día te contestaba "estoy malita", por ejemplo, con una cara de lástima que era como para comérsela a besos.

Y ya, si la veías con su muñeco negrito, al que acariciaba y acunaba... ya te daba algo.

Todavía sigo preguntándome si actuando de otra forma el resultado habría sido diferente. Aunque la verdad es que creo que su papel en este mundo había terminado, pero no por ello deja de ser menos duro.

El día siguiente a la cura anteriormente citada, me llamaron por teléfono a casa:

-" Hola Manu, soy de la residencia. "La señora" se ha puesto mal, con alta fiebre y dificultad respiratoria."

-" Vale, llamad al médico, que vaya y me contáis".

Después de largo rato:

-"Manu, dicen que puede ser de la escara que tiene en los glúteos, le han mandado un antibiótico".

" Muy bien - respondí - tengo una caja en el cuarto de enfermería hasta que saque otra nueva de la farmacia, dádle la primera toma y ya mañana continúo yo y lo preparo".

Eran cosas que pasaban, aunque la escara la dejé casi curada, así que era imposible que fuese de eso.

Al rato suena el teléfono de nuevo:

-"Hola de nuevo Manu, está peor, ¿Llamo de nuevo al doctor?"- Me preguntaron-.

-"Si, claro, llamádme con el diagnóstico".

Por supuesto, el mismo fue tajante. Isquemia con deviación izda por insuficiencia cardíaca.

Pero la nieta que nombré anteriormente me llamó para decirme que no, que el segundo diagnóstico era erróneo, y que creía que el correcto era el de la escara séptica. Y además me dio razones de peso para descartar la insf. Resp. Así que prescribió el antibiótico y puso las pautas.

Al día siguiente, nada más llegar, fui a verla. Pensé que de ese día no pasaría. Y cuando le vi la escara...

La definición gráfica es que se me cayeron los palos del sombrajo, porque hacía tiempo que no veía una placa necrótica. Y menos de una úlcera curada.

Tras aplicarle las curas correspondientes, y con el incondicional apoyo de su familia, (especialmente su nieta), los cambios posturales y el antibiótico, la escara mejoró.

Pero tras dos días de alegrías... vino un tercero de dolor.

Era domingo ( la verdad es que sus momentos peores coincidieron con jornadas libres por mi parte, ya que incluso el sábado fui a curarla) y me llamaron de que estaba azulada y no respiraba bien.

De nuevo el segundo diagnóstico.

Gracias a los mórficos y a la decisión espectativa familiar, ese día el siguiente, y el último los pasó de la manera más humana posible.

Nunca se sabe lo frágil que es una vida humana hasta los últimos momentos.

Con dificultad respiratoria y estuporosa pasó sus últimos momentos, consumiéndose como una vela bajo las llamaradas del juicio final.

Finalmente, su rostro, marcado y afilado, descansó, al igual que su maltrecho cuerpo, tras más de un siglo de vida.

Los ancianos son comparados con bibliotecas andantes, que llevan a cuestas todas las historias que han vivido y que le enriquecieron. Si la muerte de uno de estos es como la quema de todos esos libros que componen cada párrafo o minutos de la misma, el fenecimiento de esta ejemplar señora debe de ser como si la mismísima biblioteca Vaticana ardiese, dejando en la mente de los afortunados que leyeron algún ejemplar único en su recuerdo.

El féretro, tras la agonía de la burocracia ( que para mi gusto, sobra), abandonó la sala, en la urna para su descanso eterno.

Mientras volvía a casa en coche, y veía como el sol se iba escondiendo, no puede evitar pensar que, aunque es duro perder a tu primer paciente, totalmente bajo tu responsabilidad... la vida continúa, y el sol saldrá de nuevo mañana.








miércoles, 3 de julio de 2013

Lorenzo

Lorenzo era un niño de 3 años, pequeño para su edad, con los ojos grandes y castaños, un chupete marrón siempre en la boca, de esos antiguos y grandes, y, ataviado solo con un pañal, corría pasillo arriba y pasillo abajo más rápido que un galgo.

Mi primer contacto con él fue una mañana que fui a entregarle la medicación. 

Eran las 8:30 de la mañana.

Abrí la puerta de la forma más delicada posible, y me encontré a la que supuse que sería su madre despierta, acunando a su hijo entre sus brazos, con una mirada que era mezcla de ternura y dolor apabullantes.

Me quedé de piedra. No quería interrumpir un momento como aquel, pero, cuando me giré y me disponía a salir, noté como una manita me agarraba el pantalón. 

En la cama de al lado (ya que las habitaciones son compartidas) había una señora sentada, de unos 35 años, sonriendo a su hijo, que me agarraba con su diminuta manita.

El pequeño se quitó el chupete y me dijo "¿Y mis medecinas?" mientras ponía rostro de incredulidad y volvía a colocarse "el pipo".

Era Lorenzo, paciente que no llevaba yo ese día; pero eso si, desde ese momento, el pequeño conquistó mi corazón.

Ese mismo día me acerqué en los momentos en los que no tenía nada que hacer, para hablar con su madre, y que me hablase un poco de ella, de su familia, y de la dolencia del pequeño Lorenzo.

-" Somos de Jaen, tengo dos hijos más, que están con mi marido, mientras que yo estoy aquí con el pequeño de la familia. Tenemos una vida normal, yo soy limpiadora y mi marido está en paro, pero seguimos adelante, con la ayuda de mi madre".

Mientras hablábamos, Lorenzo  hacía  un "ruidillo" de succión muy gracioso con el chupete, como cuando uno tiene la boca seca y trata de que salive un poco la lengua, algo como "smash""smash""smash".

-"Lorenzo.. .Lorenzo nunca ha sido un chico sano. Enfermizo y frágil desde su nacimiento, ha sufrido desde catarros, hasta una gastritis hace 6 meses. Pero esto... esto ya es demasiado"- Se le rompió la voz, y su sonrisa se contrajo hasta un amargo puchero que no pudo disimular.

Detecté que se encontraba muy sola. Su marido tenía que cuidar de las niñas, no tenían medios para venirse, y ella llevaba todo el tiempo sola en el hospital, hablando sólo con médicos y enfermeras que cambiaban de turno y que no vería hasta la semana siguiente.

De repente, el pequeño Lorenzo se quitó el chupete, y dijo, con un hilito de voz " ya me duele la barriguitaaaaa"... se puso pálido... tremendamente pálido... se puso el chupete... y sonó frenéticamente:

"!!!!SMASHSMASHSMASHSMASHSMASHSMASHSMASHSMASHSMASHSMASHSMASHSMASHSMASHSMASHSMASHSMASHSMASHSMASHSMASHSMASHSMASHSMASHSMASH!!!!!!"




lunes, 1 de julio de 2013

Diario de un enfermero, 4ª parte

No olvidaré nunca aquella mañana de Primero de Abril.

Uno de mis peores presagios se cumplió: mi próximo lugar de prácticas sería el Hospital Infantil, servicio de Neurología/Nefrología, aunque por lo que ví a lo largo del periodo, sería servicio "cajón de sastre", ya que había siempre alguna cama para otras especialidades.

Nada más entrar en el servicio, me percaté de que el personal, aunque fantástico, no tenía en consideración a los alumnos, ya que al ser un lugar en el que los pacientes son tan frágiles, el ganarnos la confianza del equipo era un ardua tarea.

Pero eso no implica el que no nos pudiésemos relacionar con los "pequeños pacientes".

La verdad es que esperaba que fuese un servicio en el que los niños estuviesen todo el rato llorando, y que fuera más un lugar en el que te sintieses cohibido, sobrepasado por las situaciones.

Pero los niños, niños son, y la gran mayoría eran felices. FELICES.

Lo de los padres ya era otra cosa. Crispados de los nervios, dolidos, con expresiones de dolor como si un clavo ardiendo les desgarrase el alma... espero no saber nunca lo que es sentirse así.

Así conocí al pequeño Lorenzo; su madre, de Jaen, era un encanto, aunque tenía siempre grandes ojeras marcadas por la falta de sueño y por el dolor.

Yo sabía que era un paciente de neurología, ya que las habitaciones, según tu patología, van clasificadas por colores, y el blanco de la tarjeta lo delataba.

Todavía guardo un dibujo suyo, y recuerdo el sonido de su chupete.

Sobre todo en las crisis.

jueves, 27 de junio de 2013

Ley de vida

A los pocos días recibimos una llamada de Claudia, al teléfono de la consulta:

-"No sé que hacer con él, o toma la medicación y está todo el día dormido, o no toma nada y sus aullidos son insoportables".

Y al día siguiente:

-"Necesito que alguien me ayude, no sé que hacer, esto se me va de las manos y nadie me da solución".

Y al otro:

-"No puedo más, de verdad, no puedo más. NECESITO AYUDA".

Fuimos a su casa el jueves.

Claudia nos abrió la puerta y se echó a llorar.

Sus lamentos hacían que su cuerpo se estremeciese como si fuese a romperse, y, entre jadeos, nos dijo:

-"mi padre......  mi padre se muere....... y no se como ayudarlo....¡NO SE COMO AYUDARLO!"

Y con los ojos brillantes y la cara hinchada, susurró en un tono más que siniestro, rozando la locura:

-"Pero vosotros si que podéis, ¿Verdad?-

Silencio.

-"Tenéis que poder, tenéis que poder... ¡¡¡¡¡TENÉIS QUE PODER!!!!!

Yo estaba en estado de shock, no sabía cómo abordar el tema, me sentía impotente, tenía miedo...

Y mi enfermera me dió una lección.

Abrazó a Claudia, en silencio, mientras ella enjugaba sus últimas lágrimas en si hombro.

Entonces apareció Cayetano, quejándose del ruido y del hormigueo que tenía en las piernas desde hace algunos días, que le hacía sentirse torpe.

Mi gesto cambió.

Por supuesto eso solo podía significar una cosa.

El tumor de la base de la médula se había hecho tan grande que comprimía el nervio ciático, dificultando la transmisión de impulsos cada vez más, y con un claro pronóstico de parálisis de miembros inferiores a muy corto plazo.

Así que recomendamos que lo llevase al hospital, para que le hiciesen las pruebas pertinentes y ver que podía ser.

Una semana después nos llegó una llamada de Claudia.

-"Gracias por lo que habéis hecho por mi. Cayetano murió ayer. No creía que esto fuese tan rápido- todo entre sollozos- a veces no nos damos cuenta del tesoro que tenemos con vosotros, ni el gran apoyo que nos brindáis. Y nunca nadie va a creerse que un familiar suyo va a morir. Pero ahora lo sé y os lo agradezco, de corazón."

Claudia aprendió una valiosa y dolorosa lección.

La línea entre la vida y la muerte es muy estrecha. Y de lo único que tenemos verdadera certeza es que, si nacemos, tenemos que morir algún día. Pero nadie está preparado para morir.

Y menos para ver morir a los que uno quiere.





lunes, 17 de junio de 2013

Pacto y expectativas

Esa mañana sacamos en claro que Cayetano sabía cómo tomarse la medicación, que no tenía preocupaciones por el dolor que lo acosaba, y que vivía una difícil situación en casa de su hija.

Por un lado, Cayetano era una persona amable, tranquila y pacífica, que se contentaba con leer un buen libro y con escuchar el "transistor". Pero con su edad, ya le costaba fijar la mirada y no oía demasiado bien, por lo que padecía un déficit de actividades recreativas importante, lo que lo llevaba a pasearse por la casa, entre quejidos de dolor, maldecir las punzadas en la base de la espalda, y sentarse en la hamaca, a oscuras, que era la única forma de alivio que encontraba.
También le gustaba mucho comer, pero parece ser que el destino se cebó con su pobre persona, ya que padecía de diabetes, y su hija, debido al delicado estado de salud que atravesaba Cayetano, seguía la dieta casi a rajatablas, exceptuando una natilla o dos (que este adoraba) que podía sustraer de la nevera cuando nadie se fijaba.

Otro problema era que, por los dolores de la cintura y espalda, Cayetano no podía conciliar el sueño, a pesar de la fuerte medicación que se le proporcionaba. Así que de madrugada, lo único que le consolaba era sentarse en la hamaca y quejarse poco a poco, hasta que su hija se levantaba y le daba otra "pastillita azul", que es morfina, utilizada como "rescate" cuando uno no soporta más el dolor.

Claudia no podía más con la situación, no podía dormir de noche y de día no sabía que hacer.

Y lo peor era que sus hijos habían llegado al punto de asustarse.

" Mis hijos me dicen a veces "mamá, dile que se calle, por favor" con los ojos llenos de lágrimas y tapándose los oídos."

En la segunda visita, que realizamos conjuntamente con la Unidad de Paliativos, para ajustarle la medicación, destapamos otra declaración de Claudia impactante, que siempre he supuesto que era debido a que uno no sabe actuar frente a estas situaciones.

-" Creo que mi padre tiene medicación de más"- Decía, con una expresión confusa- " así que me gustaría que se la bajasen".

-Señora- comentaba la doctora de Paliativos- ante esta clase de casos tenemos que decidir entre dos factores; ¿Usted prefiere a su padre algo adormilado por la medicación, o con algo más de dolor?

-"Yo no quiero que tenga ni dolor ni que esté adormilado"

-"Eso no puede ser, Claudia"- Dijo mi enfermera-

-"¿Cómo no va a poder ser? ¡Que la ciencia a avanzado ya mucho para que hagáis bien las cosas, por Dios!- exclamó, ya sin paciencia- pero si tuviese que elegir, prefiero que pase algo más de dolor, lo que no puedo es tener un zombie que no se cambia ni el pañal"

Se hizo el silencio.

Obviamente, Claudia estaba sobrepasada por la situación.

Le dimos las pautas que creímos oportunas, a pesar de que ella estaba en contra.

Sabíamos que no las iba a cumplir, pero no podíamos hacer otra cosa, aparte de un pequeño acuerdo al que llegamos con ella.

Cuando se dan unas recomendaciones, el que debe o no cumplirlas es el paciente.

Porque, ni somos Dioses, ni la ciencia es magia, ni, por supuesto, podemos estar en una casa 24H.

sábado, 15 de junio de 2013

Cayetano

Cayetano era un señor de ya avanzada edad, que vivía con su hija, el marido de ésta y sus dos nietos.

Era, como la mayoría de los ancianos, un hombre lo suficientemente joven como para estar en sus cabales sin casi ningún tipo de limitación, pero lo suficientemente mayor como para hacer lo que le venía en gana, sin pensar en consecuencias, y siempre con la respuesta de " para dos telediarios que me quedan, no voy a dejar de..." y cualquier tipo de cosa al final de la frase.

En el centro, teníamos constancia de que había que ir a su casa a valorarlo, y a ver qué podíamos hacer para que estuviese mejor en sus últimos días, ya que estaba activado como "cuidados paliativos", que son la clase de cuidados que se prestan a personas para que mantengan la mejor calidad de vida hasta el momento de su muerte, pero sin expectativas de cura.

Los escalones de su bloque de piso sólo permitían el paso de una persona a la vez, así que me encaminé detrás de mi enfermera hacia el tercer piso.

A medida que subíamos, el aire parecía enrarecerse más.

Tenía la nuca como una piedra, de la tensión acumulada.

Era la primera vez que me enfrentaba a un caso de estos desde lo de mi amiga de oncología.

Cada escalón que subía, hacía que retumbase en mi cabeza "Estrella" "Estrella" "Estrella" "Estrella" ......

llegamos a un descansillo, en la que contrastaban la alfombrilla del suelo con la frase de "Sean Bienvenidos" con el oscuro pasillo.

Y con la cara de Claudia, su hija, que nos abrió como muerta en vida, con dos ojeras que le llegaban casi a los pómulos y con un tono lóbrego diciendo "pasen, por favor..."

Fuimos la habitación de Cayetano.

Y nos encontramos a un anciano, sentado en una especie de hamaca, con una gentil sonrisa y unos ojos que aventuraban esperanza. Podría ser el abuelo de cualquiera de nosotros.

Se me rompió el corazón cuando su hija nos explicó que él no sabía que tenía. Le tenían dicho que le costaba andar y le dolía toda la espalda porque tenía una vértebra rota.

Y lo que tenía eran varios tumores vertebrales primarios, diseminados en estómago y probablemente, por el suave tono ictérico de su piel, en hígado.

Y nosotros, los sanitarios, si la familia ha decidido que no quieren que el paciente sepa nada, no podemos contárselo, a no ser que nos pregunte directamente él.

Y no lo hizo, en ninguna de las visitas.

Su única preocupación era que su hija le vetaba las natillas porque era diabético.

Pero es que Claudia, a pesar de lo que los médicos le dijeron, no esperaba que su padre muriese.

Ni cuando se lo dijimos nosotros.

Pero el tiempo, por desgracia, nos dio la razón.






jueves, 13 de junio de 2013

Diario de un enfermero, 3ª parte

Tras mi segundo periodo de prácticas, me adentré en un nuevo mundo que está tremendamente infravalorado.

Me enviaron a Mairena del Aljarafe, al Centro de Salud.

Como todos, yo pensaba eso de " los enfermeros del centro de salud no hacen nada" o " voy a sacar sangre y tres cosas más" o incluso " no voy a aprender nada".

En cuanto a mi madurez como profesional, allí alcancé el primer paso para convertirme en lo que hoy soy. 
Y es porque allí, el responsable de todo es uno mismo.
Pensaréis que en el hospital también.
Claro que si, pero... no con tal grado de independencia, es otro mundo.
Creo que todos esperabais más anécdotas espectaculares de hospital.  Las habrá, por supuesto.
Pero en los centros de salud he vivido muchas cosas también, muchas de ellas impresionantes.

Recuerdo cuando llegué allí. Fue un cambio totalmente inesperado.

Ya más nervioso que asustado, me asignaron a una enfermera fantástica, que me enseñó muchísimas cosas, pero, sobre todo, me enseñó a preocuparme por el otro, a escucharlo, y a actuar con decisión y con la mente fría; cosas imprescindibles para el enfermero, y para el ser humano que se precie.

Mi concepción sobre el trabajo en el lugar fue cambiando con los días, con el esfuerzo de las 8 horas sin parar que acometíamos a diario, y pasé de pensar en que iba a aburrirme, a pensar que había infravalorado (como todos) el trabajo que allí se realiza, he incluso más de un día, y entre dos, nos veíamos tan superados por el trabajo que no podíamos ni desayunar.

Uno de los cometidos más destacados de la enfermera comunitaria son las visitas domiciliarias.

Él vivía con su familia en un piso, sin ascensor, mal adaptado para sus necesidades.

Lo que antes era un rocoso cuerpo joven y adusto, pasó a ser un cuerpo delgado, frágil y quebradizo, ya que los años pasan factura.

Pero no todos tenemos una enfermedad en estado terminal, ni problemas familiares sin resolver.

Maldito cáncer, tú que tantas vidas te cobras.