miércoles, 5 de junio de 2013

Gotas de rocío

Regueros de sangre corrían entre los muslos de Flora.
Finas líneas de tinta roja que dibujaban en ellas dolor y desesperación.
Su mirada era una mezcla entre pánico, confusión y enfado.
Se mordía la lengua.

A pesar del corticoesteroide que se administra para acelerar la madurez pulmonar... nunca un bebé prematuro ha sobrevivido a menos de 25 semanas de gestación.
Y no llegaba a la 20.

Las contracciones seguían.
Cada 10 minutos...

cada 8...

cada 6...

Y... al final desaparecieron.

El alivio en la sala era palpable.
Pero no para mi, ni para Flora.
Estábamos asustados.
Le había faltado muy poco.

Le recetaron que el resto de embarazo tenía que estar en reposo absoluto, algo que no soportaba.
Pero así siguió la semana 20.
Poco a poco iba recuperando el buen humor, y agradecía el seguir adelante con ello.

Pero, casi sin esperarlo...

Cumplía ese día la semana 21.

Yo subí a la planta, y cuando estaba tomando las tensiones...

Escuché uno de los más horripilantes gritos que jamás he oído.

Corriendo, llegamos varios a la habitación de Flora.

La visión general de la habitación era que no había nadie allí... a no ser...

Abrí muy despacio la puerta del baño.

La sangre se filtraba por debajo de la puerta.

Allí, Flora, tenía lo que parecía un cuerpo ensangrentado en las manos.

Al ir al baño a orinar, desatendiendo a nuestro consejo de reposo total, Flora había abortado.

Su bebé, a medio formar, había caído en el inodoro, y, aunque no podría haber sobrevivido igualmente por la falta de madurez pulmonar, habría fallecido por el impacto.

Nunca volví a saber de Flora.

Sólo recuerdo que sus lágrimas parecían gotas de rocío que resbalaban por sus mejillas.


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