jueves, 27 de junio de 2013

Ley de vida

A los pocos días recibimos una llamada de Claudia, al teléfono de la consulta:

-"No sé que hacer con él, o toma la medicación y está todo el día dormido, o no toma nada y sus aullidos son insoportables".

Y al día siguiente:

-"Necesito que alguien me ayude, no sé que hacer, esto se me va de las manos y nadie me da solución".

Y al otro:

-"No puedo más, de verdad, no puedo más. NECESITO AYUDA".

Fuimos a su casa el jueves.

Claudia nos abrió la puerta y se echó a llorar.

Sus lamentos hacían que su cuerpo se estremeciese como si fuese a romperse, y, entre jadeos, nos dijo:

-"mi padre......  mi padre se muere....... y no se como ayudarlo....¡NO SE COMO AYUDARLO!"

Y con los ojos brillantes y la cara hinchada, susurró en un tono más que siniestro, rozando la locura:

-"Pero vosotros si que podéis, ¿Verdad?-

Silencio.

-"Tenéis que poder, tenéis que poder... ¡¡¡¡¡TENÉIS QUE PODER!!!!!

Yo estaba en estado de shock, no sabía cómo abordar el tema, me sentía impotente, tenía miedo...

Y mi enfermera me dió una lección.

Abrazó a Claudia, en silencio, mientras ella enjugaba sus últimas lágrimas en si hombro.

Entonces apareció Cayetano, quejándose del ruido y del hormigueo que tenía en las piernas desde hace algunos días, que le hacía sentirse torpe.

Mi gesto cambió.

Por supuesto eso solo podía significar una cosa.

El tumor de la base de la médula se había hecho tan grande que comprimía el nervio ciático, dificultando la transmisión de impulsos cada vez más, y con un claro pronóstico de parálisis de miembros inferiores a muy corto plazo.

Así que recomendamos que lo llevase al hospital, para que le hiciesen las pruebas pertinentes y ver que podía ser.

Una semana después nos llegó una llamada de Claudia.

-"Gracias por lo que habéis hecho por mi. Cayetano murió ayer. No creía que esto fuese tan rápido- todo entre sollozos- a veces no nos damos cuenta del tesoro que tenemos con vosotros, ni el gran apoyo que nos brindáis. Y nunca nadie va a creerse que un familiar suyo va a morir. Pero ahora lo sé y os lo agradezco, de corazón."

Claudia aprendió una valiosa y dolorosa lección.

La línea entre la vida y la muerte es muy estrecha. Y de lo único que tenemos verdadera certeza es que, si nacemos, tenemos que morir algún día. Pero nadie está preparado para morir.

Y menos para ver morir a los que uno quiere.





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